VALORACIÓN
CRÍTICA DE HISTORIA DE UNA ESCALERA
DE
ANTONIO BUERO VALLEJO
Historia de una escalera fue estrenada en el Teatro Español de Madrid
la noche del 14 de octubre de 1949 –fecha clave del teatro y de la literatura
española de posguerra-, con un clamoroso éxito. Se trata de un drama dividido
en tres actos que transcurren en tiempos muy diferentes: el primero, en 1919,
un día en que los vecinos deben pagar el recibo de la luz; el segundo, en 1929,
cuando tiene lugar el entierro del señor Gregorio; y el tercero, en 1949, año
que coincide con el presente del espectador, en la fecha de cumpleaños
de Manolín, uno de los personajes.
Aunque se
mantenga esta división clásica en tres actos, el contenido no se ajusta al
esquema clásico o tradicional de planteamiento, nudo y desenlace. Más bien,
debemos hablar de estructura cíclica o repetitiva con un final abierto. En
efecto, cada acto conlleva una fuerte disputa entre personajes y una
declaración amorosa; la continua repetición de hechos, palabras o ideas obliga
constantemente al espectador a comparar lo que ve representado en ese momento
con lo que ha visto antes. Se trata de sucesos cotidianos que se repiten
invariablemente a lo largo de los años (hábitos sociales como las expresiones
de consuelo ante la muerte de alguien, las relaciones de vecindad con sus
filias y sus fobias, la cotidiana bajada a la compra, el pago de los recibos de
luz...) y de situaciones afectivo-amorosas que, tras una trama de amores
cruzados, y frustrados, entre los personajes principales (Fernando-Elvira;
Urbano-Carmina) culminan en la declaración de Manolín, hijo de la primera
pareja, a Carmina, hija de la segunda. Esta situación final reproduce la de
treinta años antes entre Fernando y Carmina, frustrada por las circunstancias
de una existencia gris, e incluso mezquina, ligada a una ‘escalera’ que suben y
bajan constantemente, y de la que no han podido liberarse.
Esta escalera es el símbolo del paso del tiempo,
pero también de la inmovilidad social y del fracaso personal. ¿Van a conseguir
Manolín y Carmina hacer realidad sus sueños: ascender en la escala social y,
superando los odios de sus mayores, ver culminado su amor en el matrimonio? En
otras palabras: ¿van a lograr liberarse de la ‘escalera’? Si atendemos a la
estructura cíclica que hemos comentado, habría que decir que no: estarían
condenados a repetir el fracaso de sus padres. Pero, curiosamente, en la escena
del primer acto en que Fernando comunica a Carmina sus proyectos y le confiesa
su amor, se derrama la lechera que llevaba la joven: como en el cuento
de La lechera, es el símbolo de las ilusiones que no se cumplirán;
mientras que, al final, el autor se cuida de no intervenir tan explícitamente
y, aunque la escena que protagonizan los jóvenes, es observada por sus padres con
infinita melancolía, cabe la posibilidad de creer que la historia puede
cambiar. Buero habría dejado abierto el final para que el espectador
contemporáneo, que se habría visto perfectamente reflejado en los personajes de
la obra, pusiera el suyo propio: ello implicaría empeño e integridad,
condiciones imprescindibles, después de haber asistido al fracaso de los
personajes pertenecientes a las generaciones anteriores.
Historia de una escalera es la historia de vidas
frustradas en lo personal, en lo social y, sobre todo, en lo existencial. La
sordidez de la vida, ligada al símbolo de una escalera de casa de vecindad,
muestra el vacío de unos personajes condenados a repetir monótonamente las
mismas acciones de sus predecesores. Eso sí, con una puerta abierta a una débil esperanza. En este sentido, es un
fiel reflejo de la posguerra, caracterizada, desde un punto de vista social,
por la pobreza, la impotencia y la resignación; y desde un punto de vista
personal, por la angustia existencial, por el desengaño que provocan las
ilusiones frustradas. En este sentido, conecta con las preocupaciones
existenciales que se manifiestan tanto en la novela de Cela (Pascual Duarte),
como en la poesía de Dámaso Alonso (Hijos de la ira).
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