jueves, 14 de abril de 2016

VALORACIÓN CRÍTICA DE HISTORIA DE UNA ESCALERA


VALORACIÓN CRÍTICA DE HISTORIA DE UNA ESCALERA
DE ANTONIO BUERO VALLEJO

 

 

Historia de una escalera  fue estrenada en el Teatro Español de Madrid la noche del 14 de octubre de 1949 –fecha clave del teatro y de la literatura española de posguerra-, con un clamoroso éxito. Se trata de un drama dividido en tres actos que transcurren en tiempos muy diferentes: el primero, en 1919, un día en que los vecinos deben pagar el recibo de la luz; el segundo, en 1929, cuando tiene lugar el entierro del señor Gregorio; y el tercero, en 1949, año que coincide con el presente del espectador, en la fecha de cumpleaños de Manolín, uno de los personajes.

 

 Aunque se mantenga esta división clásica en tres actos, el contenido no se ajusta al esquema clásico o tradicional de planteamiento, nudo y desenlace. Más bien, debemos hablar de estructura cíclica o repetitiva con un final abierto. En efecto, cada acto conlleva una fuerte disputa entre personajes y una declaración amorosa; la continua repetición de hechos, palabras o ideas obliga constantemente al espectador a comparar lo que ve representado en ese momento con lo que ha visto antes. Se trata de sucesos cotidianos que se repiten invariablemente a lo largo de los años (hábitos sociales como las expresiones de consuelo ante la muerte de alguien, las relaciones de vecindad con sus filias y sus fobias, la cotidiana bajada a la compra, el pago de los recibos de luz...) y de situaciones afectivo-amorosas que, tras una trama de amores cruzados, y frustrados, entre los personajes principales (Fernando-Elvira; Urbano-Carmina) culminan en la declaración de Manolín, hijo de la primera pareja, a Carmina, hija de la segunda. Esta situación final reproduce la de treinta años antes entre Fernando y Carmina, frustrada por las circunstancias de una existencia gris, e incluso mezquina, ligada a una ‘escalera’ que suben y bajan constantemente, y de la que no han podido liberarse.

 

Esta escalera es el símbolo del paso del tiempo, pero también de la inmovilidad social y del fracaso personal. ¿Van a conseguir Manolín y Carmina hacer realidad sus sueños: ascender en la escala social y, superando los odios de sus mayores, ver culminado su amor en el matrimonio? En otras palabras: ¿van a lograr liberarse de la ‘escalera’? Si atendemos a la estructura cíclica que hemos comentado, habría que decir que no: estarían condenados a repetir el fracaso de sus padres. Pero, curiosamente, en la escena del primer acto en que Fernando comunica a Carmina sus proyectos y le confiesa su amor, se derrama la lechera que llevaba la joven: como en el cuento de La lechera, es el símbolo de las ilusiones que no se cumplirán; mientras que, al final, el autor se cuida de no intervenir tan explícitamente y, aunque la escena que protagonizan los jóvenes, es observada por sus padres con infinita melancolía, cabe la posibilidad de creer que la historia puede cambiar. Buero habría dejado abierto el final para que el espectador contemporáneo, que se habría visto perfectamente reflejado en los personajes de la obra, pusiera el suyo propio: ello implicaría empeño e integridad, condiciones imprescindibles, después de haber asistido al fracaso de los personajes pertenecientes a las generaciones anteriores.

 

Historia de una escalera es la historia de vidas frustradas en lo personal, en lo social y, sobre todo, en lo existencial. La sordidez de la vida, ligada al símbolo de una escalera de casa de vecindad, muestra el vacío de unos personajes condenados a repetir monótonamente las mismas acciones de sus predecesores. Eso sí, con una puerta abierta a  una débil esperanza. En este sentido, es un fiel reflejo de la posguerra, caracterizada, desde un punto de vista social, por la pobreza, la impotencia y la resignación; y desde un punto de vista personal, por la angustia existencial, por el desengaño que provocan las ilusiones frustradas. En este sentido, conecta con las preocupaciones existenciales que se manifiestan tanto en la novela de Cela (Pascual Duarte), como en la poesía de Dámaso Alonso (Hijos de la ira).  

  

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